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Air Europa

Sobrevivir a la crisis en Air Europa

Un piloto de Air Europa nos cuenta cómo ha afrontado la crisis del COVID en una de las aerolíneas que más sufre en sus arcas la pandemia

Todos recordamos, y hemos compartido en numerosas conversaciones, dónde nos encontrábamos en el momento en que se produjo el infame atentado a las Torres Gemelas de Nueva York. Este evento, recientemente rememorado al cumplirse su vigésimo aniversario, tuvo una inmensa trascendencia para el mundo occidental y en especial para el sector de la aviación comercial.

Aunque por su carácter de inmediatez y efecto sorpresa no es comparable a un evento               – también sin precedentes- como fue el confinamiento domiciliario por la pandemia, resultado de la escalada progresiva de una grave situación sanitaria, es muy posible que todos recordemos el momento en que “nos enteramos” de que nos encerraban en casa por un periodo indeterminado.

En mi caso, la primera pista me llegó al aterrizar en Asunción a finales de febrero del año pasado, cuando en España aún “no pasaba nada, aunque hay un virus por China pero eso nos pilla muy lejos…”, donde me recibieron unos señores ataviados con EPIs -que me recordaron de inmediato a esa fantástica película de Spielberg llamada ET- para tomarnos la temperatura, indicándonos que si alguien de la tripulación o el pasaje superaba los 38º nos devolvían al avión. Como era la primera vez que pisaba Paraguay, pensé que en ese país debían ser un tanto exagerados…. A mi vuelta a Madrid, cuatro días después, absoluta normalidad, lo cual me resulto un tanto paradójico dado que el virus provenía del -ya no tan lejano- oriente

«Unos días encerrado en casa, ni tan mal…» era la frase que no paraba de repetirse en mi cabeza. Una experiencia vital más para la rellenar la mochila de vivencias que todos portamos…  Menudo batacazo me iba a dar.

Durante un curso de Facilitación TRM al que tuve la fortuna de asistir invitado por ENAIRE la semana siguiente, tuvimos conocimiento del primer caso positivo en ese edificio, y como imaginaréis, fue objeto de más de una conversación durante los recesos. El día 9 de marzo, con todo el dolor de mi corazón pero forzados por el sentido común y la prudencia, cancelamos “in extremis” un curso de refresco de negociación de dos días para las Secciones Sindicales que integran nuestro Sindicato, que comenzaba al día siguiente. Pocos días después despegaba para Buenos Aires en la que sería -aún sin saberlo- mi última línea regular en mucho tiempo, y precisamente en tierras bonaerenses tuve conocimiento de que al llegar de vuelta a Madrid me tendría que encerrar en casa hasta nueva orden.


Tal vez por la fresca novedad de la situación o por la pueril inconsciencia de lo que esto iba a suponer para el mundo, para nuestro país, para la aviación comercial y para mi compañía en concreto, no le di mayor importancia. «Unos días encerrado en casa, ni tan mal…» era la frase que no paraba de repetirse en mi cabeza. Una experiencia vital más para la rellenar la mochila de vivencias que todos portamos… Menudo batacazo me iba a dar.


Los primeros días de novedad, excitación y caos fueron dando paso a los sentimientos de incertidumbre y desazón, que pronto no serían sólo las propias sino las que nos trasladaban nuestros compañeros. En la Mesa Rectora tratamos de ser proactivos y adelantarnos a los acontecimientos con reuniones diarias interminables en las que nos trasladaban la evolución diaria de la pandemia y la situación de cada compañía, pero lo cierto es que este evento global nos quedaba grande a todos.
Como piloto, pude hacer poco; algún vuelo de repatriación a Sudamérica y otro a China a traer las ya indispensables mascarillas. Vuelos que en aquel momento me parecieron regalos caídos del cielo y remarcables experiencias profesionales, además de una excusa para salir de un arresto domiciliario que ya empezaba a pesar.


Como miembro del equipo gestor del Sindicato tratamos de hacer más; la necesidad de reducir gastos acuciaba por la drástica disminución de ingresos a la que se había visto sometido nuestro colectivo. Hipotecas, cuotas, seguros, etc… Y más aún si eras de los desafortunados cuya compañía no disponía de los recursos y/o la voluntad de aportar un complemento para compensar la exigua prestación del SEPE, como ocurrió en mi caso y el de otros muchos. Sólo escuchar y tratar de dar alivio a muchos compañeros fue una difícil tarea en la que invertí mucho tiempo y energía.


Las primeras dos o tres semanas de encierro nos aferramos a la idea de “la recuperación en V”, pensando que esto sería una irrupción brutal pero efímera en nuestra profesión y en nuestras vidas. Pronto la V se transformaría, muy a nuestro pesar, en una U y finalmente en una L con escasa pendiente hacia arriba. Mientras las curvas de contagios, de tensión hospitalaria y de tristes pérdidas de vidas no parecían llegar nunca llegar a un pico que esperábamos agónicamente sin perdernos un telediario, las noticias sobre el impacto en nuestro sector y las previsiones de recuperación de tráfico, que ya nos llegaban de organismos como IATA o EUROCONTROL, empezaba a ser desalentadoras.


Al mismo tiempo, observar cómo se coartaban nuestras libertades como en el Berlín Oriental, cómo se nos manipulaba para hacernos creer que éramos las víctimas de la confabulación entre un murciélago y un pangolín, y como se aprovechaban las circunstancias para tomar medidas unilaterales de dudosa legalidad y obtener rédito político, desde luego no ayudaba. En muchos casos supuso un agravante que aportaba un notable nivel de indignación a la amalgama de sentimientos negativos entre los que el miedo, siempre dispuesto, malintencionado y poderoso, ejerce su reinado sobre todos ellos. Y me puedo considerar muy afortunado, porque en mi caso no se añade la profunda tristeza por la pérdida de un ser querido, cosa que no pueden decir muchos de nuestros compañeros a quienes envío un cálido y sentido abrazo.


Las semanas y meses que vendrían después, servirían para que cada uno llevara su particular e inesperada lucha interna entre la oscuridad y la luz; entre esos irremediables y dañinos sentimientos contra otros como el positivismo, la esperanza y la fe. Los primeros, alentados por cada jarro de agua fría que nos llegaba, no sólo respecto a la lenta y errática evolución de la pandemia y sus correspondientes oleadas, si no en las especiales dificultades que atravesaba nuestro sector y por ende los que vivimos de él. Los segundos, aferrándose a noticias como la progresiva llegada de las vacunas, la apertura de ciertas restricciones o cualquier noticia que regalara un pequeño rayo de luz entre tanto nubarrón.


Y ya, quien lo diría, ha transcurrido año y medio desde entonces. Las restricciones, aunque aún muy presentes en nuestras vidas -como esa perenne mascarilla que ya casi es un imprescindible de la moda mundial-, poco a poco han ido cediendo. Aunque en el sector de la aviación, que desde luego tiene lugar en el podio de los más afectados por esta crisis, sigan siendo notables por la desigual y muchas veces exagerada regulación en cada país, entre otras razones. Los que trabajamos en aerolíneas cuyo núcleo estratégico del negocio lo constituyen los vuelos al continente americano sabemos bien de lo que estoy hablando, pues aún queda mucho para alcanzar la regularidad que anhelamos y que las maltrechas cuentas de estas compañías necesitan, en especial la mía, Air Europa.

Saberte en una compañía que antes de la pandemia venía de sus años de mayor crecimiento y consiguiente beneficio, y que a pocos meses de su comienzo precisaba de un rescate estatal para sobrevivir, no es algo fácil de digerir en tan poco tiempo.


Saberte en una compañía que antes de la pandemia venía de sus años de mayor crecimiento y consiguiente beneficio, y que a pocos meses de su comienzo precisaba de un rescate estatal para sobrevivir, no es algo fácil de digerir en tan poco tiempo. Rescate que, dado el retraso en la recuperación de sus rutas y en la decisión comunitaria sobre una adquisición por IAG que se antoja cada día más complicada, resulta ya insuficiente para asegurar su supervivencia. Con la sensación de que la compañía es el peón en un juego de ajedrez en que varios actores defienden sus dispares intereses, entre los cuales la supervivencia de la primera no es una prioridad. Y a todo esto se une el hecho de que llevamos ya para dos años de ERTE, con muchos compañeros haciendo malabares para llegar a fin de mes y escuchando cómo se nos acusa injustamente de no haber accedido a «rebajarnos el sueldo un 6%» cuando continuamos con una reducción de nuestros ingresos que hace irrisorio ese porcentaje.


Ciertamente los pilotos, y el resto empleados de nuestra compañía Air Europa, hemos vivido tiempos mejores. Tal vez sean los más difíciles a los que nos hemos enfrentado, al menos desde el cambio de siglo. Pero las aún escasas veces que me subo a un avión veo una tripulación compacta, integrada por profesionales que ponen toda su valía y su mejor cara a sus compañeros y nuestros clientes a pesar de todo. La falta de entrenamiento, que aún nos afecta a muchos pilotos, la suplimos siendo más estrictos en la adherencia a los procedimientos. Y la escasez de recursos y notables incomodidades para ejercer su trabajo, que también afecta a nuestros clientes, la solventan nuestros compañeros tripulantes de cabina de pasajeros con una si cabe mejor atención y una sonrisa que no es capaz de esconder una incómoda mascarilla, pues se adivina a través de sus ojos.


Hay partes, algunas por una inquina no superada, otras por puro interés incluso aunque manifiesten lo contrario, y otras por mero desconocimiento, que esperan más o menos calladamente la definitiva zozobra de la compañía que fue creciendo de la nada hasta llegar casi a hablar de tú a tú a la sempiterna aerolínea de bandera de española. Aunque hay otras, quizá menos, que nos apoyan y nos alientan a agarrarnos a las posibilidades que aún nos quedan para seguir adelante. Y hay razones por las que Air Europa merece superar una inesperada, injusta y virulenta crisis que ha demostrado lo vulnerables que podemos llegar a ser.


Porque este país, como líder mundial del turismo que es y aspira a seguir siendo, debe tener una conectividad aérea acorde a ese status, ya sea a través de un HUB o mediante una sana competencia entre compañías nacionales. Porque varios compañeros nuestros trabajan ahora sin descanso, tanto desde una renovada parte empresarial como desde la social, precisando todo nuestro apoyo y mereciendo que su esfuerzo contribuya a llevarnos a buen puerto. Porque la cultura de la compañía y nuestra relación con la misma, plagada de desencuentros y conflictos en las últimas décadas, tiene una oportunidad de oro para cambiar y convertirse en un paradigma de la sostenibilidad social, siempre y cuando este cambio cuente con el compromiso de todos los que, ojalá por mucho tiempo, trabajamos en ella. Y porque precisamente estos últimos, que nos esforzamos por seguir mostrando entereza, positivismo y espíritu de servicio, no merecemos que la empresa donde hacemos gala de ello se la lleve este huracán que, triste e inmerecidamente, se ha llevado a otras muchas.


Por todo ello y más seguiremos trabajando con profesionalidad, optimismo y con la cabeza bien alta, hasta el último día. Esperemos que yo no llegue a verlo nunca.