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Sepla Ayuda

Mi reto, el reto de todos

El 26 de septiembre del 2021 realicé un reto deportivo para que los chicos con los que trabajo, que tienen parálisis cerebral grave, obtuvieran una bicicleta adaptada a ellos. Un sueño que tuve hace dos años y que la pandemia mundial no nos dejó cumplir en su debida fecha. A las 6:30 de la mañana, todavía con más sueño que nervios, recibía un mensaje de la organización deportiva MAPOMA que sin duda iba a ser el preludio de lo que iba a ocurrir en ese día tan especial.

“¡Buenos días runner! Hace un día perfecto para correr hoy en Madrid, hoy es el día en el que los sueños se cumplen sobre el asfalto, ¡vuelve a sentir Madrid!”.

A través de la App de móvil, que tenía la organización preparada para todo el mundo, saltaba un mensaje al teléfono a todos los corredores que ese día íbamos a superar nuestro propio reto. Un texto que, por unos segundos, sentí que me lo habían escrito para mí. El mensaje decía: “¡Buenos días runner! Hace un día perfecto para correr hoy en Madrid, hoy es el día en el que los sueños se cumplen sobre el asfalto, ¡vuelve a sentir Madrid!”. Y la realidad es que no era para menos, mis sueños, nuestros sueños, se iban a cumplir.
Por delante tenía un auténtico reto que muchos no conocían por lo que escondía el mismo. Correr nada más y nada menos que una media maratón de 21,2 kilómetros, intentando bajar un tiempo de dos horas, empujando un carro en el que montado en él iba una auténtica titán de la vida llamada Julia. Una persona que junto con su familia saben lo que es luchar en la vida y luchar por retos mucho mayores que el que yo iba a realizar.

Después de desayunar ligero (una simple manzana), me decidí a preparar y a revisar todo el material para ese gran día, en el que nada podía fallar. La lista consistía en la silla de ruedas, las zapatillas, la ropa deportiva, los geles, el isotónico, los dorsales de Julia y mío, las camisetas, los papeles de acreditación de vacunación Covid, etc. Una vez revisado me dispuse a montar a mi pequeño campeón Lucas en el coche sobre las 9:30 de la mañana (el pobrecillo ya estaba a las 8 animándome sin parar e ilusionado con el día). Cuando llegamos había cientos de corredores dándolo todo en el 10K, fue entonces cuando mi hijo me miró con esa mirada cómplice que lo dice todo: «vamos papi que tú lo vas a conseguir y yo voy a estar ahí animándote el primero, estoy orgulloso de ti».

Una vez que logramos aparcar en Madrid centro, con mucha dificultad y rogando a unos policías poder entrar al parking de la calle General Oraá (que por cierto era una ratonera por los cortes de tráfico debido a la maratón y media maratón), me dispuse a ir al punto de encuentro con Miguel e Isabel, los papás de Julia.
En ese instante iba con cierto nivel de nervios extra con el que no contaba (110 pulsaciones a las 10 cuando debería estar en 60). Eso me decía mi reloj, que muy tranquilo no estaba. Empecé a respirar y a relajar el cuerpo estirando y corriendo un poco por allí mientras venía Julia, a la vez que estaba pendiente del teléfono que no paraba de sonar, había quedado con Juan, fotógrafo de ENVERA. Mientras escuchaba como los organizadores daban la apertura de cajones donde cada corredor debía ubicarse y estaba pendiente de que apareciera Julia en cualquier momento, también me sonaba en segunda llamada mis compañeros de ENVERA para venir a apoyarme y me pedían ubicación exacta de donde estaba. Un estrés digno de cualquier atracción con looping de la Warner Bros.

Pero aquí no terminaría la cosa, porque eran las 10:35 y había problemas, los papás de Julia y ella no aparecían y apenas quedaban 25 minutos para el cierre de cajones y por lo tanto no poder correr. A eso se le sumaba que mi hijo Lucas se puso muy nervioso al ver que se cerraban los cajones y se puso a llorar, había que tranquilizarle eso sí con el teléfono en mano.

“Señores corredores quedan tan solo 10 minutos para cierre de los cajones y ya no se podrá pasar». Eran ya las 10:50 y aquellos altavoces retumbaban en mis oídos. Al terminar esa frase, desde los altavoces de la organización ponían música rock a niveles de cualquier concierto celebrado en el antiguo estadio Vicente Calderón.
Sin dejar de parar de llamar a Isabel y Miguel, consigo hablar finalmente con ellos y de repente, los veo a falta de 10 minutos aparecer en la lejanía con lo que me apresuro en su búsqueda.
Los pobres Isabel y Miguel agobiados por la falta de tiempo, me comentaban su odisea personal para poder aparcar y llegar.

Tocaba demostrar que Julia y yo íbamos a por todas, y que nada nos iba a parar.

¡Ya estábamos juntos! La titán de Julia y yo nos vestidos con nuestras camisetas rojas, con los dorsales y de repente daban por megafonía que en menos de dos minutos cerraban cajones. Sin más, Julia y yo entramos de los últimos en el cajón número 5 de 30 que había y tras pasar la yincana de toma de temperatura, presentación de dorsal y papeles entramos por fin donde nos correspondía.

Desde fuera había un atronador ruido de música rock que animaban a los participantes aunque a otros les ponían taquicárdicos perdidos, pero todo aquel ruido se rompió literalmente con un minuto de silencio por las víctimas de esta pandemia, y aquello, si fue mi particular pistoletazo de salida en la carrera, en ese momento pensé en todo lo que habíamos sufrido para estar ahí, no sólo yo, si no las 30.000 personas que allí estábamos y que seguro que más de uno lo habría pasado muy mal incluso llegando a perder algún familiar o persona querida.
Aplausos tras ese minuto que retumbaba en los oídos de todos con una emoción impresionante y en ese mismo instante por megafonía: «¡participantes del cajón número 5 pónganse en línea de salida!».
Tocaba demostrar que Julia y yo íbamos a por todas, y que nada nos iba a parar. Mientras dejábamos atrás a sus padres emocionados por intentar conseguir este reto, bajar de las dos horas y sin casi haber entrenado en el último mes y medio.
¡Pistoletazo de salida! Y ahí íbamos Julia y yo subiendo toda la Castellana. Cuatro kilómetros de subida para empezar y para que el corazón fuera poniéndose a tono o mejor dicho, revolucionado.
Vivir esta experiencia en primera persona es impresionante, como la gente al pasar te aplaude, te anima y sonríe, hubo reconocimientos constantes hacia Julia y hacia mí desde el kilómetro 1 hasta el kilómetro 21, fue algo increíble de vivir: «sois unos campeones», «me quito el sombrero ante vosotros,» ánimo, chicos, sois los mejores», «qué narices tenéis, chicos», «lo vais a conseguir». Un sinfín de ánimos hasta la meta de la gente y de los compañeros de trabajo que en cada curva animaban con locura y gritos. Ver a los papás de Julia llorando de la emoción cada 6-7 kilómetros y a mi pequeño titán Lucas con esos ojos de felicidad y admiración, esto fue más que suficiente para terminar la media maratón. Y confieso que a pesar de los dolores musculares y sobre todo en las rodillas, habría intentado otros 21 km más para completar la maratón. Aquellos ánimos sin duda eran un chute de energía que la verdad nunca había experimentado y es una experiencia única, por lo que agradezco a todo el mundo esos ánimos.

Pasado ya el kilómetro 15 me encontraba donde quería y había soñado estar para saber que mi cuerpo ya respondería sí o sí y sin duda alguna hasta el final, y saber que podríamos saborear el triunfo juntos.

Al final reto conseguido y como reza el lema de ENVERA “todos podemos ser los mejores en algo”.

Llegando al último kilómetro ya en el 20, tocaba remar porque era el kilómetro más exigente (todo subida) desde Atocha hasta Recoletos y ya con 20 kilómetros en las piernas y mucho, mucho, griterío de la gente que iba a animar a sus seres queridos, había que hacer el último esfuerzo. Llegando pude ver perfectamente cómo nos esperaba todo el mundo, nuestra gente, animándonos y jaleando el nombre de Julia y el mío con auténtica locura y emoción. La piel directamente se puso de gallina y pude notar la alegría de mucha gente una vez que cruzamos la meta. En ese mismo instante me pasaron a mi hijo tras las vallas y mientras ponían a los dos titanes la medalla de finisher, multitud de corredores nos daban la enhorabuena. Julia me miró fijamente a los ojos y mi hijo me decía al oído en un alarde de imitación en miniatura del Cholo Simeone: «lo ves papá, si se tiene fe se consiguen las cosas y con trabajo todo llega, estoy orgulloso de ti papi».
Se notaba en el ambiente, en el aire que respiraba, que en aquel mismo momento yo era la persona y el papá más feliz del mundo porque Julia había hecho historia y porque mi pequeño titán además de estar orgulloso de mi, era un atlético de pura cepa.
Al final reto conseguido y como reza el lema de ENVERA «todos podemos ser los mejores en algo».
Desde este relato de mi experiencia, me gustaría agradecer a la Fundación Sepla-Ayuda que sin su apoyo, ánimos y donaciones este sueño nunca se hubiese cumplido y hecho realidad, desde aquí y desde mi humilde corazón daros las gracias y eternamente agradecidos.