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50 años del Aeroclub Nimbus de Vuelo sin Motor

Se dice que más de la mitad de los pilotos militares o civiles de la segunda mitad del pasado siglo tuvieron su primera experiencia de vuelo en planeadores o aviones sin motor. En efecto, raro es el piloto de aquellas épocas al que los nombres de Somosierra, Monflorite u Ocaña no le traiga recuerdos de los inicios de su carrera aeronáutica. En el resto de Europa ocurría algo parecido: muchos Estados la asumieron como una actividad que había que apoyar o favorecer en algún sentido.
Las razones fueron muchas y diversas, pero siempre había en común un factor de interés en que la población tuviese unos conocimientos mínimos de aeronáutica.
Algunos países buscaban una potenciación del asociacionismo y voluntariado como una herramienta de desarrollo personal ¿qué mejor trabajo en equipo que un grupo de jóvenes aspirantes a pilotos cuidando de su propio planeador o ayudando a que sus compañeros inicien el vuelo?
También por inculcar la necesidad de asumir responsabilidades desde las edades más tempranas, ¿qué mejor manera que ser el responsable de llevar tu propio avión de vuelta al suelo con seguridad?
En Alemania -y por supuesto en un contexto muy diferente al actual-, aparecieron intereses militares porque se consideró que era una manera de selección e instrucción temprana a bajo coste de futuros pilotos militares.
La implicación de los estados se canalizó de diferentes maneras:
Hubo países que optaron por favorecer la existencia de aeroclubes deportivos. En estos casos, las instituciones púbicas proporcionaban superficies donde practicar la actividad, (viejos aeródromos en desuso en muchos casos) prestaban o favorecían la compra de material, o simplemente proveían de combustible.
La gestión de toda esta infraestructura recaía en asociaciones que se comprometían a hacer buen uso de ellas y a abaratar los costes de la actividad a los interesados dentro de modelos de voluntariado.
En otros países, como es el caso de España, el Estado se encargó de construir y gestionar las escuelas, haciendo posible el acceso al vuelo sin motor de miles de jóvenes y aficionados para los que aquello fue el inicio de una larga carrera profesional de manera casi completamente gratuita.
Las escuelas de Monflorite y Ocaña fueron pasando por diferentes modelos de funcionamiento a lo largo de ocho décadas. Desde manos militares, en sus inicios, a las posteriores autoridades aeronáuticas civiles y por último SENASA.
Pero lamentablemente todo aquello pasó, y aquella ayuda tan importante en otras épocas fue desapareciendo. En Europa el vuelo sin motor se basa ahora mismo en figuras de mayor o menor tamaño -pueden ser aeroclubes, modelos empresariales o mezclas de ambas- que ya hace muchos años que vuelan solas. Los aeródromos han pasado en muchos casos a depender de instituciones locales, sobre los que lamentablemente aparecen problemas de presión inmobiliaria o medioambientales por los ruidos de los aviones.
Monflorite terminó con la actividad de vuelo sin motor como consecuencia de su conversión en el actual aeropuerto de Huesca, y Ocaña está ahora mismo iniciando un procedimiento de venta del aeródromo en su conjunto, una vez subastado el material heredado de las escuelas primigenias.
En España, el Estado se encargó de construir y gestionar las escuelas, haciendo posible el acceso al vuelo sin motor de miles de jóvenes y aficionados.
Es precisamente en Monflorite donde en el año 72 nacería el Aeroclub Nimbus de Vuelo a Vela, una asociación deportiva sin ánimo de lucro que va camino del medio siglo y que ahora mismo y dentro del vuelo sin motor es la entidad con más actividad del país.
Nimbus realiza ahora su actividad desde el Aeródromo de Santa Cilia de Jaca, en el Pirineo aragonés tras la salida forzada del viejo aeródromo de Monflorite, que ha pasado de ser una de las cunas del vuelo sin motor nacional a un lugar que contemplamos desde la distancia y con cierta añoranza cuando sobrevolamos la imponente sierra de Guara en alguno de nuestros vuelos de vuelta desde los puntos más orientales del Pirineo.
El Aeroclub Nimbus de Vuelo a Vela cuenta actualmente con unos 150 socios, la mayoría de ellos activos. Dispone de una flota de planeadores de altas prestaciones con mantenimiento profesionalizado y con unidades adaptadas para pilotos con discapacidades motoras (todos los mandos con las manos). Llega a realizar hasta 6.000 horas de vuelo al año y recibe a pilotos de diferentes países europeos que vienen a disfrutar de las excelencias de un estadio deportivo de más de 300 km de longitud sin apenas limitaciones.

Además, el Nimbus ha retomado una parte de aquel espíritu inicial de las viejas escuelas: la formación de jóvenes pilotos en régimen de internado y de manera intensiva durante los meses de verano. La satisfacción que produce el ver cómo un chico o chica de tan solo 14 años realiza sus primeros vuelos, y en dos o tres semanas ya lo está haciendo en solitario con total seguridad no se puede expresar con palabras.
La actividad de vuelo a vela, como ya se comentó en el anterior número de Mach82, cuenta con un extra bonus para poner en valor esta actividad: en los modernos aviones comerciales, con sistemas fly by wire, es cada vez más difícil notar las sensaciones de vuelo que proporciona la aviación ligera. Esa es la razón por la que las Compañías Aéreas valoran cada vez más en sus procesos de selección de pilotos una experiencia extensa en aviación ligera, y en especial de vuelo sin motor. De hecho, es obligatorio a día de hoy un curso de UPRT (Recuperación de Posiciones Anormales en sus siglas en inglés) en avión ligero impartido por una ATO, antes de obtener la primera Habilitación de Tipo de avión.
No en vano, nuestros vecinos del norte, en su centro de tecnificación nacional de vuelo sin motor de Saint Auban, Air France ha puesto a disposición de sus tripulaciones varios veleros de altas prestaciones para su entrenamiento recurrente, conscientes de la necesidad del mantenimiento de las habilidades de vuelo manual ante las cada vez más tecnificadas “cabinas de cristal”.
El Aeroclub Nimbus de Vuelo a Vela se ha convertido en una DTO (“Declarative Training Organization”) que da formación de pilotos de planeador, (desde la licencia de vuelo básica hasta instructores de planeador, y habilitación acrobática) y pilotos privados de avión (incluido el curso de pilotos remolcadores de planeadores). Y todo ello lo desarrolla basándose en los principios del volovelismo primigenio: el voluntariado.
El ingreso de nuevos pilotos, con el consecuente incremento de actividad y descenso de la media de edad, el obligado aumento de flota y la suerte de contar con unas instalaciones privilegiadas en un marco incomparable nos hacen ver el futuro con optimismo y dispuestos a cumplir otros 50 años.